sábado, 11 de enero de 2014

Algo huele mal en Socialandia



Por Magoya y Sigfrido

¡Shakespeare, es una lástima que no hayas visitado Santa Fe!

¡Hay tantos olores rancios inspiradores para tu tragedia aquí!

Y yo, un pobre mortal carente del poder iluminador de tu ilustre pluma. Eso me ahoga… porque habiendo tanto rancio olor inspirador local, no me alcanza para consagrar a algunos en el altar merecido de los incapaces.

Para muchos el orgullo es un valor. Para mí, si lo fuera, sería de dudosa veneración. Y porque parto de esa duda, no logro generar en mi mente un acto que haga sentir orgullosa a la persona que lo ejecuta, y a su vez, ser en sí mismo un acto virtuoso. Y como estoy teorizando, hago un esfuerzo más, y supongo que tal persona es un representante del gobierno, por lo tanto todos sus representados debiéramos sentirnos orgullosos de tenerlo como gobernante si viéramos al orgullo como un valor.

¡Despierten, el sueño terminó!

¿Por qué no se practica el virtuosismo?

¿Por qué no nos colocamos frente al espejo y decimos "nadie practica mi profesión, mejor que yo"?

¿Por qué alguien debe decirme como debo hacer mi trabajo?

¿Por qué debo yo decirle a alguien como debe hacer su trabajo?

¿Por qué un poder del estado avasalla a otro poder del estado, y éste se deja avasallar?

¿Por qué, ya que de valores se trata, no se practican la verdad y la honestidad?

¿Cuál es el problema? ¿El dinero? ¿El poder?

Si es así… ¿Qué carajo me enseñaron en los claustros? ¿De qué planeta eran mis viejos?

El problema no es el dinero, sino la codicia y la avaricia.

El problema tampoco es el poder, sino el EXCESO DE PODER.

Con estos tres ingredientes ya podríamos cocinar un gobierno bien rancio, que huela realmente mal. Muy mal. Lo que no sería prudente es que agregáramos como condimentos de esta receta, la negligencia, la incapacidad y la soberbia.

Ahora sí ya contamos con la receta infalible que describe al modelo de comportamiento de los políticos que nos gobiernan.

Ahora me explico… ¡Qué extraordinaria semejanza! Entonces somos todos masivamente iguales pero individualmente desiguales. Lo que diferencia a los buenos de los malos solo son sus actos. Si tenemos en cuenta nuestros actos individuales, a veces tan mediocres y mal intencionados, los que tenemos son los representantes que nos merecemos.

He tomado un fragmento del texto "Palabras de Poder" de Jacinto Faya Viesca acerca de la vanidad, el orgullo y la soberbia:

Debemos entender su diferencia para evitar caer en sus redes.

El poeta norteamericano Eliot escribió: "Era él como un gallo que creía que el sol había salido para oírlo cantar". Y el evangelista San Mateo escribió: "Hacen todos sus obras con el deseo de que los demás los vean".

La vanidad es un orgullo infundado, es la ostentación que hacemos; consiste en los rasgos de una persona que tiene afán excesivo y predominante de ser admirada. A la vanidad se la ha comparado con lo frívolo, lo ligero y lo no fundado en valores morales. La persona vanidosa es la más proclive a ser adulada, de ahí el dicho popular: "Si halagas su vanidad, conseguirás de él lo que quieras".

El orgullo es diferente a la vanidad. El orgullo es un exceso de estimación propia, que a veces es disimulable por nacer de causas nobles. Creo que la soberbia jamás es lo mismo que el orgullo, aun y cuando muchos piensan que sí lo es. Más bien, el núcleo de la soberbia consiste en un anhelo exagerado de ser preferido a otras personas. En el orgullo se da un exceso de estimación de nuestra persona, pero siempre existen fundamentos para sentirnos orgullosos de nosotros. En cambio, en la soberbia, se da un exceso de estimación de nuestra persona, pero siempre con menosprecio de los demás.

El orgulloso se enfoca en su persona, mientras que el soberbio se centra en sí mismo y al mismo tiempo desprecia a los otros.