martes, 17 de diciembre de 2013

La cebolla

 
Por Sigfrido
 
Cuando la hipocresía comienza a ser de muy mala calidad,
es hora de comenzar a decir la verdad.
Bertolt Brecht

La desvergüenza, sí, pero no hacia nosotros sino hacia la especie.

Con la evolución del hombre, la evolución de los sistemas por aquél inventados, y enfáticamente, los sistemas políticos y sociales. Cada paso de la evolución, cada eslabón del progreso de la inventiva humana, para resolver las asimetrías que él mismo desencadena, nos ubica en una nueva y emergente capa de la “cebolla del progreso” de la humanidad. Cada tanto, con caprichosos períodos de duración, nos encandila un proceso de cambio social, que nos inunda de beneficios a la generalidad.

La quietud, y probablemente un buen número de sustantivos, pueden actuar de disparadores, pero sin dudas, la injusticia, en todos sus frentes, es el disparador por excelencia de los progresos sociales. La injusticia es la que provoca el llanto del espíritu humano (cómo la cebolla). De las injusticias, los dolores del alma. Y de los dolores, los partos. Los partos de cualquier naturaleza.

Pero, yo, prefiero los partos imprescindibles.

Los partos imprescindibles que inundan el espíritu con un halo de esperanza en nuestra especie, para emerger victorioso de los anquilosados carcamanes con sus colmillos clavados en la gran bestia del continuismo.

Cuando esta propaganda engañosa de socialismo, cuando aun era propaganda, parecía flotar cierto perfume de cambio en la esperanza del progreso. Pero el perfume se disipó, como toda copia de perfume barato. No pudimos perfeccionarnos hacia la capa de arriba de la cebolla.

Hubo un cambio de vampiro, ¡pero los colmillos siguen con la misma bestia!

Qué imagen tragicómica fue ver funcionarios de segundo, tercer, y hasta cuarto nivel en la Casa de Gobierno como personas recién ascendidas en la clase social, exigiendo todos los juguetes tecnológicos de la ocasión, so pena de peligrar la gestión.

Qué espectáculo de circo romano fue verlos saciarse con el glamour de la clase media alta, o la codicia de Hernán Cortés al pisar suelo mexicano, pero a excepción de éste último, sin profesionalismo, y con un altísimo índice de desconocimiento de la cosa pública, y ¿a cambio de qué?

Manuel Belgrano, con mucho menos pretensiones, fue un héroe, sin necesidad de blackberrys.

Aquí no hay socialismo, aquí no hay cambios, aquí no hay espíritu de progreso, la imaginación no los escucha, y obviamente no hay héroes. Y con la falta que hacen sus ejemplos.

Esta cebolla continúa emanando su hedor, y necesitamos subir un nivel, pues existe una atmósfera asfixiante.

Quienes debían hacerlo, no fueron más que mercaderes de ferias, fenicios sin barcos.

Busquemos a aquellos que nos ayuden a superarnos en la gran cadena de la evolución, y si no los encontramos, hagámoslo nosotros mismos.

Quiero pensar que somos capaces.

Quiero pensar que no es una cuestión de raza.

Quiero quemar hasta la última brasa de amor propio, y abrazar la encaprichada, perturbadora, y apasionada locura de poder cambiar cuanto sistema queramos.

¡No podemos, ni debemos ser partícipes de la desvergüenza!